Mujer, guerra y cine: La espía roja!!!

Hoy introduzco una nueva variante en este vuestro blog mis queridos lectores. Toca hablar de cine… de cine bélico en concreto, pero no en el sentido estricto de la palabra – espectaculares desembarcos, violentos combates o aguerridos soldados, ¡no! – sino como hilo argumental sobre el que está tejida la trama de la película que les presento. La cinta trata acerca del curioso papel de una especial mujer durante la guerra fría.

Quizá alguno de mis lectores habituales piense que el tema del que les voy a hablar no encaja en la temática a la que les tengo últimamente acostumbrados. Quizá alguno llegue a pensar que me estoy subiendo a esa ola que barre las costas del “pensamiento moderno” haciendo énfasis en el empoderamiento de la mujer – y que tan catastróficos resultados está teniendo para la pacífica convivencia entre hombres y mujeres -.

¡Y es cierto!… surfeo aprovechando la actualidad política y social… de manera accidental, pero reconozco que no les falta parte de razón al pensar así de mí. Tengo varios motivos para escribir este artículo, lo entenderán enseguida:

  • Primero, en todo conflicto bélico, los servicios de inteligencia y sobre todo el espionaje han jugado papeles fundamentales a lo largo de la historia de la humanidad. En nuestro caso también durante el desarrollo de la bomba atómica, marco en el que se encuadra la película de la que trata este Post.
  • Segundo, el próximo estreno de un film sobre la vida de Robert Oppenheimer, padre de la bomba atómica americana.
  • Tercero, la carta que Vladimir Putin ha colocado sobre la mesa de la geopolítica internacional con la amenaza del posible uso de armamento nuclear táctico en el conflicto de Ucrania.
  • Cuarto, que había pedido a dos personas relevantes – un caballero y una dama – que colaborasen con mi blog escribiendo acerca del papel de la mujer en la guerra. Estoy decidido a hablar de ello – de ellas – … y – si finalmente aceptan mi propuesta – mientras espero sus artículos – tener paciencia cuesta, las demoras suelen ralentizar nuestros planes – yo mismo vuelvo a tratar el tema.
  • Quinto, usarlo como carta de presentación del debate de un cinefórum en el que participo.
  • Y sexto, los soldados y, por supuesto, los espías son seres humanos… y tienen sus razones para actuar como lo hacen. Mas o menos justificables, pero las tienen. Precisamente la película que les acerco aborda sus motivaciones en profundidad y, como saben, este blog plantea la temática militar con un claro enfoque humanístico, por lo que la cuestión está servida.

Aviso: Hasta llegar al apartado de conclusiones, el texto que les presento está lleno de spoliers.

Procedamos pues.

Se puede contar mucho acerca del espionaje a lo largo de la historia, pero centrémonos en la época en la que se desarrolla la película…

Tras la Segunda Guerra Mundial, después de un cierto – y muy breve – periodo de reconciliación y hermanamiento entre las potencias vencedoras, comenzaron a aflorar las ansias de poder y las tensiones entre occidente y el bloque comunista. Hasta que estas se hicieron claramente patentes y a occidente no le quedó más remedio que tomar medidas, Iósif Stalin – hábil negociador – y sus servicios secretos se aprovecharon de la pueril inocencia occidental para robar todos los secretos militares que pudieron.

Sus métodos fueron de lo más variado, desde la tortura más salvaje a los más infantiles errores del bando contrario. Como prueba de esto último pongo el ejemplo de cómo se hicieron con parte de la tecnología de aleaciones de los motores a reacción británicos:

Los rusos habían capturado la tecnología de motores a reacción alemanes usados en aviones como los Messerschmitt ME-262 y los Arado AR-234. Basándose en ella desarrollaron el primer avión de combate a reacción ruso, el Mikoyan Gurevich MIG-9. Este era claramente inferior a los últimos desarrollos británicos. Sabían que si querían superarlos debían hacerse con los secretos de sus motores. Así, en aras de la vanidosa hospitalidad británica – y para escarnio del atraso ruso- se acordó una visita de cortesía a la fábrica de motores inglesa Rolls-Royce. Ciertamente, los “invitados” comunistas impresionados no tuvieron más remedio que reconocer la superioridad de sus innovaciones, pero – y aquí viene la “gracia” – mientras paseaban por las instalaciones, en la goma de su botas – especialmente diseñadas – se llevaron adheridas virutas de las aleaciones del metal con las que se fabricaban sus motores. Una vez en la madre patria, los expertos en metalurgia rusos las analizaron y … el resultado es de sobra conocido: El MIG-15, desagradable sorpresa, que dio muchos… pero que muchos… quebraderos de cabeza a los aliados en los cielos durante la Guerra de Corea!!!

La Espía Roja.

¡Jaaa, ja, jajaja!… mucho, me he divertido mucho leyendo las críticas a la película que los aficionados al cine han vertido sobre la misma en Filmaffinity

Si, correcta, pero… ciertamente – a pesar de que tanto el director Trevor Nunn como Sophie Cookson y, sobre todo, la genial Judi Dench (interpretan a una Joan Stanley joven y anciana respectivamente) hacen lo posible por salvar la cinta – no es una gran película. Coincido con los críticos en que es bastante convencional y que carece de la profundidad que una historia como esa se merece, pero defraudaría a mis lectores si me limitase a hacer una crítica cinematográfica “clásica” – para ello tienen las respuestas que les mencioné antes y otras muchas que a buen seguro pueden localizar en la web –, así que léanme ahora atentamente.

La bomba atómica… ¡Qué cosa! Muchos, muuuchos dudan de que fuese necesario su uso sobre Hiroshima y Nagasaki para precipitar la rendición del ejército japones en la segunda guerra mundial. Mi opinión al respecto es ambivalente, tengo motivos a favor y en contra de lo que finalmente ocurrió.

Japón estaba vencida militarmente, pero… ¿quién sabe cuántas muertes y sufrimiento por ambos bandos hubiese costado la conocida obstinación japonesa por morir con honor matando y la americana por salirse con la siempre con la suya?

De lo que estoy absolutamente seguro es de las horribles consecuencias que tuvo su uso. El terror sin medida, la destrucción hasta niveles inconcebibles de todo y de todos, las consecuencias para vencedores y vencidos, las responsabilidades morales de sus acciones, tanto por haber dado lugar a su uso como por el pesar por las muertes ocasionadas… ¡Ufff! Demasiado peso sobre los hombros de la humanidad, … lo que me impulsa a esperar impacientemente el estreno de la película sobre Oppenheimer padre del artefacto y que ha rodado el afamado director Christopher Nolan.

Estaba claro que un arma tan poderosa podría inclinar la balanza hacia el bando que la poseyese, y guardar sus secretos se convirtió en tarea fundamental de los servicios secretos tanto americanos como británicos que, como narra la cinta, trabajaban en paralelo por convertirse en los primeros es poseerla. Se adelantaron por supuesto los americanos gracias al Proyecto Manhattan. Los británicos por su parte, y como muestra la película, pusieron todo su empeño en alcanzarlos y poseer tan preciada arma. Los soviéticos, que por culpa de la revolución rusa habían descabezado lo mejor de su comunidad científica, tuvieron que recurrir posteriormente a los científicos alemanes capturados y a sus muy eficaces servicios de espionaje – su famosa KGB se crearía años después (1954) de su primer ensayo nuclear (1949) -.

La juventud y la moda… ¡Qué cosas! Es cierto que juventud, moda y mujer son conceptos fuertemente ligados.

La juventud siempre lleva aparejados los conceptos de rebeldía y de transgresión. En la época de la película, la estricta política y moral británicas y el rol tradicional de la mujer invitaban a la juventud a saltarse las normas establecidas y romper barreras. Participar en foros progresistas y aventurarse en las delicias de sexo se convirtió en moneda de uso común en los ambientes universitarios. Reconozco abiertamente cómo la película alaba el mérito de la mujer protagonista en su lucha para ser reconocida más allá de su valor como simple secretaria, papel que en general otorgaba la sociedad a cualquier mujer con “algún estudio”. Ella demuestra ser capaz de mucho más, haciendo sutilmente gala de sus conocimientos científicos en un momento clave del desarrollo del arma nuclear.

En estos días se hace especial énfasis en la importancia del empoderamiento de la mujer, la película es claro ejemplo de ello. Lo demuestra el hecho de que el peso de la acción lo llevan las féminas. Tanto la protagonista Joan Stanley, como Sonya – la espía rusa interpretada por la actriz Tereza Srbova – tienen poderosas razones para actuar como lo hacen, una movida por las alas de la “buena” conciencia y la otra por su fidelidad a la patria rusa. Los hombres son notoriamente personajes secundarios a los que la cinta les da protagonismo circunstancial, siempre a la sombra de las inteligentes mujeres que los circundan. Se trata sin duda de una reinterpretación – tan de moda – de la realidad del pasado bajo el prisma de las corrientes de pensamiento actuales… Dudo que en esa época las cosas hubiesen sucedido tal y como se relatan.

Amor y manipulación… ¡Qué cosas! Cuando uno piensa en espionaje – situémonos en la época, no en la actualidad con sus avanzadas tecnologías -, inmediatamente acuden a la imaginación los dispositivos y las técnicas más sofisticadas: Pinchazos y sistemas de escucha telefónica/radioeléctrica, sofisticadas minicámaras de carrete en miniatura, alguna que otra droga/suero de la verdad y, por supuesto, muuucho alcohol y cama. !Pero no!… La película demuestra que sin necesidad de tanto artilugio la simple ingeniería social y las técnicas control y manipulación basadas en “la mujer” han resultado – y resultan siempre – una de las herramientas básicas, menos costosas y de mejores resultados tanto en el ámbito la recopilación de información de inteligencia y como en la captación de agentes encubiertos. Habla además de dos tipos de mujer – dos tipos de espía -, el alma cándida que se deja manipular y captar, y la perversa falsa amiga de doble cara que maneja la psicología del ser humano como el más afilado de los puñales.

Me pregunto si usar el arma del “amor” de una mujer por un hombre, o de un hombre hacia una mujer, es algo lícito. El amor confunde a cualquiera, bien porque nubla la capacidad de apreciar la realidad, bien porque la pasión desatada hace valorar más al objeto de la pasión que a la traición que supone dejarse arrastrar por sus consecuencias. Como arma de ingeniería social tanto Leo Galich – interpretado por Tom Hughes – el “príncipe azul” de Joan como su futuro marido Max – interpretado por Stephen Campbell – consiguen de ella en primer lugar, que “comprenda y acepte” los argumentos del amante comunista en pro de compartir los secretos militares con los rusos y, en segundo lugar que no confiese la traición a su país; el marido no denuncia a las autoridades la culpabilidad de su amada frente a las acusaciones de revelación de secretos militares con las que él acaba cargando a sus espaldas – estereotipos de la débil mujer corroída por el sentimiento de culpa y del hombre en su eterno papel de protector de las damas -. ¿Cómo se quedan?

¡Qué arma tan poderosa un beso!

Culpa y Familia… ¡Qué cosas! Vivimos en una época en la que todo parece permisible… el concepto de culpa está en extinción, en buena medida debido a una falsa interpretación del término “daño emocional” por el que se pretende evitar el sufrimiento que produce en el infractor el sentimiento de culpabilidad y, por otra parte, debido a esa corriente de pensamiento en la que para casi todo se puede encontrar una perspectiva desde la cual cualquier razonamiento nefando pueda tener cierta lógica. El primer argumento es usado en el mundo de la psicología y el segundo es usado por el mundo de la abogacía para defender hasta al más criminal de los reos.

Al principio de la película la anciana protagonista intenta negar los hechos frente a su hijo Nick – interpretado por Ben Miles -, abogado de renombre, que se niega a creer que su madre hubiese traicionado a su país. Entiendo que nadie en su sano juicio pueda pensar que una mujer, una madre, una “inocente” viejecita, sea culpable de semejante felonía. Pero hacia el final de la película, cuando se hace patente su evidente culpabilidad, al hijo abogado se le derrumba esa imagen idealizada que tenía de su progenitora y, como profesional en ejercicio, se le plantea el dilema moral de si es coherente defender a semejante ser merced al vínculo familiar que lo une a ella.

Es de sobre conocido por todos que Adolf Hitler se suicidó en su búnker en Berlín cuando dio la guerra por perdida… pero me planteo la siguiente ucronía:

Imaginen que hubiese tendido hijos con Eva Braun. Eva – y supongo que también Adolf – probablemente los habría tratado con todo el cariño y mimos de los que una madre es capaz, intentando ocultarles los locos derroteros por los que su padre estaba conduciendo a la nación. Los habría tratado de proteger, probablemente escondiéndolos en alguna granja remota de Baviera a la espera de la derrota final. Allí, apartados de las bombas y de los disparates de la guerra, conservarían un hermoso recuerdo de sus progenitores. Pues bien…. Suponiendo que al final de las hostilidades de alguna manera hubiesen sobrevivido, cuando los hijos hubiesen sido mayores… ¿Cómo mirarían al padre? Y… ¿Cómo justificarían que la madre llegase a enamorarse de un individuo que fue capaz de llevar al holocausto a media Europa? ¿Qué cara se les quedaría?

¿Es el vínculo familiar lo suficientemente fuerte como para perdonar cualquier aberración? En nuestra película… ¿Un hombre de ley, amante de su país – y de su madre -, tendría la serenidad de considerar una posible justificación legal para tan desleales actos? ¿Qué motivos personales lo llevaron al final a optar por defender a la madre? ¿Algún argumento legal, o el peso de la familia? Pero… ¿ y Ella?… Joan, !una mujer!… ¡Una mujer inteligente y formada!… ¿Acaso no se daba cuenta de lo que estaba haciendo o no consideró las consecuencias?… ¿No cometen errores imperdonables?… ¡En fin!…

Conclusiones.

La película, los hechos y la mujer en la guerra dan para todo un libro, pero es hora de ir acabando. No he hablado para nada del vestuario, de la fotografía, de la banda sonora, ni de otros componentes habituales de cualquier análisis cinematográfico. Por el contra, les animo a ver la película… pero… mírenla con actitud crítica y piensen como habrían actuado ustedes en circunstancias similares. Tengo mis dudas al respecto, pero me inclino a pensar en que por mucho que se intente justificar la actitud de los protagonistas y sus decisiones, a buen seguro, estas violarían ese principio universal que se expresa en la frase de Mahatma Gandhi:

«La felicidad se alcanza cuando lo que uno piensa, lo que uno dice y lo que uno hace están en armonía.»

No les podía dejar sin una última apostilla, ¿eh?

Por otra parte, no dejo de pensar en que quizá Melita Norwood – personaje real en el que está basada la película – tuviese razón. No sé cómo acabó la historia de la figura real, pero lo que sí sé es que desde finales del 45 llevamos un periodo de “cierta” calma – con deshonrosas excepciones – en el que la guerra fría y la amenaza de aniquilación mutua ha mantenido los conflictos “contenidos” y restringidos en su extensión, peeero…

Cierro los ojos y sacudo la cabeza en desacuerdo conmigo mismo… la amenaza nuclear es demasiado peligrosa. De hecho, ahora está sobre el tablero de juego ucraniano… y China, Corea del norte, Irán – aún no la tiene, pero no dudo que la vaya a conseguir – y otros países no creo que se lo piensen demasiado a la hora de usar el arma nuclear.

Todo parece un avispero a punto de estallar… ¿Quién sabe si no hubiese sido mejor mantenerse calladitos y los secretos militares… secretos?

Un saludo, Damas y Caballeros.

P.d.: De nuevo les invito a atreverse a redactar una colaboración desinteresada para ser publicada en este blog… ¡y ser señalados por ella! ¿Se animan?

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