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Confesiones/crónicas de un internauta asombrado.

27. noviembre 2017 15:05
by Gunner
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Relato: Tunez, de promesas y Lecciones.

27. noviembre 2017 15:05 by Gunner | 0 Comentarios

Acabo de llegar de un nuevo viaje, esta vez a Túnez. Mi intención era descansaaarrr, nada de excursiones, nada de estrés, nada de prisas, nada de tecnología, solo pulserita “todo incluido”, playita y buenas vistas. De verdad, créanme, necesitaba desconectar, pero algunas circunstancias suelen dar al traste con tus planes. En este caso esa circunstancia se llamaba… - bueno… su nombre… eso pertenece a mi intimidad -. Gracias a ella descubrí un país que lo ha pasado mal pero que poco a poco va recuperándose, para disfrute de todos los viajeros y nómadas, que, como ustedes, tienen a bien leerme de nuevo.

Espero que el relato que les presento en esta ocasión - pura ficción - les asuste o les atraiga, pero que al menos les enseñe y les haga descubrir algo que les impulse viajar a ese país en el que el desierto y la naturaleza lo llena todo de una arena tan fina que desliza por la piel como la seda lo hace sobre el rostro de sus bellas mujeres. Un país lleno de gente amable y bellos oasis en mitad de ninguna parte.

Pasen y lean si les apetece:

Promesas y Lecciones:

   

Tenía trece años la primera vez que vi a Ahmed Natseh, “Audi” para los clientes, un pequeño guiá beréber local que, como tantos, acosaba insistentemente a los turistas ofreciendo sus servicios a la menor oportunidad al viajero incauto. Vestía unos tristes pantalones raídos y camiseta de un equipo de fútbol europeo. Era de tez morena, ojos color marrón de mirada vívida, enjuto pero de carnes fuertes y apretadas, pelo corto, sucio y desordenado, de sonrisa fiel y mente rápida como los rayos del sol que nos abrasaban.

- ¿Y porqué te llamas “Audi”? - Le pregunté, suponiendo que era un gran aficionado a los coches occidentales.
- Todos tenemos un nombre parecido, elegimos uno y lo usamos para que nos identifiquéis... Aquel chico de allí, Anwar, se hace llamar “Opel”, a aquel hombre alto, Taymullah, lo conocen por “IBM”... y así casi todos. Nuestros nombres en árabe son difíciles de pronunciar para vosotros, os resulta más fácil recordarnos así.

Lo miré sorprendido – ¡como se manejan estos chicos con los idiomas! – pensé – estoy seguro que si en vez de español hubiese sido alemán, americano, ó francés, me habría entendido igualmente y habría respondido con la misma facilidad sin inmutarse.

Casualidades... y como me hizo gracia su hábil respuesta, sonriendo chamullando su nombre en árabe le dije:

- ¿Sabes que tengo alquilado un Audi en el hotel, “Ajmid”? Si nos ayudas a llegar a unas ruinas a las que queremos ir, cuando terminemos la excursión y volvamos al hotel ademas de tu tarifa, si te apetece, te dejaré conducir un rato el coche. ¿vale?

Le enseñé la instantánea que había tomado unas horas antes en el museo arqueológico de la ciudad. Visitando una de las salas, vi colgado en una de sus paredes una inmensa fotografía de un antiguo palacete imperial que, según el pequeño rotulo informativo que lo acompañaba, se encontraba apenas a 30 kilómetros de la ciudad.

- Precioso – valoré entonces – Que lástima que no esté en el circuito de nuestro recorrido… ¿Y porqué no? – me dije ahora – quizá este chico tan espabilado sepa llevarnos allí...
- Lo reconoció al instante.
- Prometido – Insistí.

Su cara se iluminó, apreciando que a pesar de que los turistas solían limitarse ha hacer uso de sus servicios de guía manera bastante ingrata, todavía quedaba alguno con un mínimo de cortesía hacia ellos. Llevaba años tratando con los extranjeros descarriados que se aventuraban a visitar los restos del Palacio del Rey Negro, un lugar al borde del desierto fuera de la los circuitos habituales, debido ello a que la carretera de acceso atravesaba los barrios más desfavorecidos de la ciudad y el camino que llevaba al recinto serpenteaba estrecha y dificultosamente por resecas laderas de colinas bastante apartadas de la civilización, dificultando el acceso a los abarrotados autobuses que comúnmente empleaban la compañías turísticas; siempre iban a lo fácil para minimizar riesgos y maximizar beneficios.

Intercambiamos un cabeceo de aprobación y nos reímos con complicidad mientras los demás miembros del grupo nos miraban, con caras de extrañados, pensando - ¿De que se reirían estos?

El chico cumplió, nos localizó un taxista de minibus para las 6 personas que formábamos el grupo, y tras negociar astutamente el importe de la ruta de ida y vuelta, en apenas una hora estábamos a las puertas del recinto donde se ubicaba el palacio.

Nos agachamos y me dibujó con sus largos dedos tostados, en la suave arena, la forma que tenía el edificio antes de que el antiguo ejercito de ocupación lo terminara de destrozar con la excusa de que ofendía al islam.

- Era así... alto, cuadrado, formado por grandes sillares de piedra de las canteras cercanas, altas columnas romanas de una sola pieza, – Mientras trazaba las formas levantaba una pequeña nube de polvo – austero por fuera, pero dentro la decoración era una explosión de frescos policromados y textos latinos labrados en las paredes realizados con la maestría de los mejores artesanos y calígrafos de la época en que se construyó. Creo que griega o romana.

Nos incorporamos. Mientras nos acompañaba dando un paseo alrededor de las ruinas, charlamos un poco.

- A juzgar por los restos que quedan y por lo que nos cuentas, debió ser un edificio magnífico, ¿no?
- Si, lo fue, incluso aún conservaba, lleno y en perfecto estado de uso, el aljibe interior de mármol donde decían que su preferida, danzaba y se bañaba desnuda para deleite del emir. Las leyendas afirman que estuvo muy enamorado de su esclava.
- ¿Y que pasó pues?
- Lo fueron expoliando salvajemente, para venderlo y recaudar fondos con los que financiar su estado y su ejército… Aún de vez en cuando alguno se acerca a ver si quedan restos dignos de ser vendidos en el mercado negro.
- Oh, ¡cuanto lo siento! - exclamé, viendo como bajaba a cabeza, apenado por la tropelía perpetrada en nombre de su religión.
- Era nuestro, un auténtico tesoro, y no pudimos hacer nada por impedirlo, ellos tenían sus motivos y nosotros preferimos no tentar la suerte de intentar evitarlo.

Tras rodearlo por última vez y sacar algunas fotos de recuerdo nos dispusimos a marcharnos de vuelta al hotel. Era para nosotros difícil de soportar, y sudábamos bajo un sol abrasador, que nos obligaba a cobijarnos a la sombra de las palmeras y olivos que quedaban en lo que debía haber sido el jardín del palacio.

Llegando al minibus, pasamos junto a una destartalada casucha que hacía las veces de puesto de souvenirs y refrescos para los pocos turistas que las visitaban. Viéndonos francamente acalorados, Ahmed se apiadó de nosotros, nos condujo al puesto y preguntó si queríamos algo para refrescarnos - No se lo pensó, sabía que le agradeceríamos algo de líquido para reponernos de la sudadada.

Se acercó a la mujer que atendía y mantuvo una breve diálogo en árabe con ella, que finalmente escondida tras su jihab nos entregó 5 botellas de agua. Las despachamos con avidez.

Satisfecha nuestra sed le pregunté a “Audi”:

- ¿Cuanto le debemos a la señora debemos por el agua?
- Nada, ya está todo arreglado.
-Pero…
- Nada... algo ha visto en ustedes. La señora dice que “Alá siempre ayuda a quien se lo merece”, así que está todo resuelto.

La miré, contemplé sus cansados ojos verdes, - la zona, ruta de tránsito de antiguas rutas comerciales fue recorrida por mercaderes y nómadas de diversas civilizaciones por lo que supuse que debía tener algún antiguo ascendente griego en su genealogía, pues normalmente en ese país predominaban las mujeres de perfilados, seductores e insondables ojos castaños - y llevando la mano al pecho le agradecí la consideración inclinando ligeramente el torso hacia adelante.

Me devolvió cortésmente el saludo e indicándome, con su mano extendida por encima de mi hombro, que mira hacia atrás, me hizo notar que alguien que se acercaba bajando por el camino.

Se trataba de joven vestido con ropa de corte militar, barba corta prominente y turbante color negro, montado sobre una de esas típicas ruidosas e incombustible motos de procedencia coreana tan comunes en los países árabes. Llevaba encintada al pecho un viejo fusíl AK-47 con aspecto de haber vivido mejores días...

- Ciertamente tiene un aspecto aguerrido - Observé.

Uno de los turistas del grupo, un señor rechoncho de pelo canoso, con pantalones de golf a cuadros, polo de rosa pálido y chanclas de cuero relucientes, sacó, con intención de grabarlo, de su mochila la pequeña cámara de video, con la que había estado machacándonos presuntuosamente por su resolución, prestaciones y exitoso regateo para compra durante todo el circuito por el país.

El joven al verlo pareció molestarse y detuvo la moto, se bajó lentamente de ella, nos encañonó con el AK-47 e imitando con los brazos el retroceso del arma, simuló nuestro ametrallamiento gritando un sonoro “ratatatata” con la boca, haciendo el finalmente el ademan de soplar, como un vaquero, sobre la boca del cañón “humeante”.

Algunos de los nosotros permanecimos incrédulos e inmóviles, otros llegaron a tirarse al suelo para evitar ser alcanzados en el tiroteo…. Ciertamente patético, unos asustados, otros por el suelo y algún que otro pantalón mojado - Menuda panda de turistas asustados pensaría.

El joven musulmán volvió lentamente a subirse en la motocicleta, y sin darnos la espalda, arrancó y se marchó con gesto burlón, seguro de habernos perdonado la vida.

“Audi” se apresuro a ayudar y calmar a los más afectados por el incidente y pronto estábamos en el minibus camino de vuelta a la ciudad.

Le pregunté: - ¿Que sucedió antes, con ese joven militar, Ahmed?

- Llevamos siglos defendiéndonos de ataques, conquistas, conquistadores, sectas y religiones, lo llevamos en la sangre y llevamos haciéndolo desde antes incluso que las religiones existiesen, pero sabemos distinguir lo bueno de lo malo, y sobre todo sabemos defendernos.
- Y vosotros, los occidentales, venís la mayoría a disfrutar de vuestro dinero y presumir de vuestra tecnología, sin daros cuenta que aquí la gente, nuestra gente, sufre y vive una vida real, de penurias y llena de carencias… y eso no nos gusta a muchos.
- Pero nosotros solo venimos a admirar vuestro arte, vuestro pasado, vuestra historia. - Alegué.
- Vosotros… ¿Ese gordo casposo, presumido e indecente solo quería llevarse a su país la imagen de una fiero soldado Muyahidin para presumir delante de sus colegas. ¿Crees que eso es nuestra historia, nuestra cultura? - Preguntó ofendido.

Al escucharlo dejé de verlo como al chavalin que tenía delante y por un momento me pareció ver a un viejo combatiente, cansado de la guerra. Ciertamente en sus condiciones, hasta los más pequeños maduran y envejecen a una velocidad asombrosa.

- ¿Y si por casualidad esas imágenes llegan a las televisiones?… ¿Cómo crees que las interpretarían? Estoy seguro que sabes cómo llegan a manipular la información, ¿os fiáis ciegamente de ellos?… ¿Cómo son capaces de montarla para que parezca el terrorista más sanguinario?
- Hace tiempo que nuestros mayores dejaron de creeros y confiar en vosotros. Ni nos gusta, ni nos va a gustar nunca – Sentenció.

Me quedé callado, sin palabras, y pensando en cuantas veces prejuzgamos a las personas por lo que otros opinan de ellas, o cómo los medios quieren que opinemos de ellas y no por como realmente son. Resulta fácil dejarse llevar por las opiniones de los demás. Pero a veces alguien te da una bofetada y te dice “despierta, que la vida no es una película”.

¡Pero que sea un niño!… me miraba y me hablaba – Es curioso como recuerdo su mirada… cambió como de la noche al día, apretaba los labios y tensaba el ceño cuando enfatizaba acerca de las contradicciones de occidente – pero… era un niño...

Finalmente me guiñó un ojo como para decirme – tranquilo, está todo controlado, tendríais que haberos visto las caras… ja, ja, jaaa... – y nos marchamos.

Llegando al hotel, mientras gesticulaba con la mano despidiéndose de nosotros me dijo:

- Si regresas alguna vez, acuérdate, pregunta por “Audi”, ¡yo nunca olvido una cara! - y se alejó recordándome con mirada ilusionada mi promesa de dejarle conducir el coche.

- … Incluso en un momento dado tuve la intención de cumplir lo que le prometí.

Ahora, años después, desde la comodidad de mi sofá, cuando veo en televisión documentales sobre la Yihad, allí está él. Sobre el trasfondo de duras imágenes, en un recuadro en la esquina superior de la pantalla con su nombre escrito en árabe y subtítulos en castellano alzándose como una de las pocas voces que defienden la interpretación moderada del Corán. Ha madurado sin duda, veo - eso sí - el cansancio en sus ojos, la fatiga de la lucha y la experiencia en las arrugas de su piel, pero al cerrar los ojos y pensar en aquellos días, sigo viendo a ese chico de trece años que me dio una sabia lección, usando la palabra en lugar de las armas.

Fin.

   

Es curioso, amig@s, siempre que viajo llego con ganas de retener todo lo que he visto y vivido, pero solo algunas veces y la intensidad algunas emociones y anécdotas hacen que me atreva a escribirlas y compartirlas con ustedes. Viajen… no paren de viajar… y de camino compártanlo con nosotros.

Un saludo, Damas y/o Caballeros!!!


P.d.: Definitivamente tengo que viajar más, tengo que escribir más!!! Y como siempre, votos y comentarios pulsando en los enlaces anexos, gracias.

Cool

14. abril 2013 06:53
by Gunner
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Relato: Sombras de martir.

14. abril 2013 06:53 by Gunner | 0 Comentarios

Violencia, sangre, muerte, traición, envidia... Decía Mahatma Ghandi que "La violencia es el miedo a los ideales de los demás"...  ¿Lo es? o simplemente consecuencia de la rabia, la frustración o producto de la tensión contenida... Disculpenme, han sido unos día muy duros mis leales leyentes, en esta atormentada noche me he puesto a escribir y me ha salido esto:

     

Allí se encontraba aturdido, aún conservaba en su mano la daga con la que ferozmente se había enfrentado a la guardia personal del Cadí. Eran seis hombres de mediana estatura, puede que incluso uno de ellos fuese mujer, y aunque no supo reconocer a ninguno de ellos, algo le decía que detrás de esos rostros cubiertos se ocultaba alguna de las caras con las que acababa de compartir pastelillos árabes en la jaima del gobernante de la ciudad a la que acababa de llegar.

Dos de ellos llevaban cosidos en la casaca una media luna inclinada a la derecha y con el arco superior adornado por una estrella de cuatro puntas verdes, casi sin duda se trataba de los miembros de la guardia personal del cadí. No debió creer que mi persona fuese a resultarles un visitante demasiado incomodo a sus entrenados secuaces puesto que la insignia cuadrada bordada en azul que identificaba al resto de los miembros del grupo indicaba que se trataba de guerreros de tropa.

-    Pero qué clase de hombre es Shamir. Recibe a un mensajero de dios y lo ataca por sorpresa enviando el Pacto de las Ciudades al infierno. – pensé mientras observaba como se desprendían de sus capas justo antes de iniciar su ataque.

El  más alto y fornido de los miembros de la guardia miro rápidamente a su compañero para decirle algo que no llegue a entender  - usaban un dialecto que apenas reconocía, supuse que de la provincia sur de la región de las dunas pues apenas había visitado la zona el tiempo suficiente para aprenderlo - Fuese lo que fuese que dijo, obtuvo como respuesta una clara mueca de ironía y un gesto con la mano que parecía sugerirle en tono burlesco:

-    Venga chulo todo tuyo… a ver si eres tan bueno como dices. Vamos a divertirnos un rato.

Decidió  atacar el primero. Aquel bulto que sobresalía de su capa y que estaba cubierto de una tela basta de grueso esparto trenzado en forma de redecilla tupida, resultó proteger la hoja de una gran cimitarra. Mientras la extraía de su funda me fijé en que el metal de la hoja apenas si se encontraba gastado, la impoluta limpieza del mango me hizo pensar que debía desenvainarla con poca frecuencia por lo que supuse que no iba a ser un rival demasiado difícil.

Se dirigió hacia mí de frente, sin miedo, cargando frontalmente con la cimitarra asida fuertemente apuntando hacia atrás con intención de blandirla en un rápido movimiento de barrido para cortarme por la mitad en un gesto típico del que siega el trigo en los campos de cultivo en otoño.

-    Debió ser agricultor antes de ser reclutado para servir a su señor.  – Pensé, imaginando un inmenso campo de trigo dorado barrido por una suave brisa al atardecer.

Diez metros de carrera lo separaban de mí. Me encontraba en clara ventaja táctica pues la calle empedrada donde me habían abordado subía ligeramente hacia la mezquita a donde me dirigía. Me apreste a recibir la embestida del lacayo enfurecido.

-    ¿Cuántas vidas he de segar, oh Alá? Juré defender la sabiduría de los hombres desde la fuerza de la palabra, me eduqué para la paz, para el diálogo y para la defensa de la verdad, pero como me has conducido por este camino, ¿acaso no es él tan merecedor de un futuro, como aquellos a los que me envías a defender? – No obtuve respuesta, ni una señal, nada. 

Las sombras del olivo que crecía en la esquina de la calle me tapaban la cara y mi propia sombra alargada aparecía envuelta de los brazos vegetales de las ramas del árbol. Justo cuando el lacayo pisó la sombra del árbol eché mano rápidamente a la daga plateada con el mango envuelto en tensa seda roja que, algo grasienta del sudor absorbido, tenía alojada en mi cintura junto al saquito con el amuleto sagrado, el pergamino del tratado y las 30 monedas. La cogí con la mano derecha y extendiendo la izquierda hacia adelante para tomar impulso, la lancé con precisión apuntando al cuello del salvaje atacante. La seguí con la mirada en su lento vuelo hacia el cuerpo de aquel hombre y me dije:

-    Ahí va tu destino. Ojalá tu muerte sea recompensada justamente en el cielo que tu religión promete a los que muren en combate, pues te lanzas a ello sin dudar, con valor, y sin saber que el enemigo al que te enfrentas tiene sellado tu futuro.

Cuando su vuelo llegó a unos centímetros del cuello cerré los ojos. Ya había visto demasiadas veces la cara de sorpresa y de espanto de quien pierde su vida en un instante. El color de la sangre a veces se muestra tan intenso que su brillo permanece en la retina aun cuando apartas la mirada para evitar que te salpique.
Escuché el sonido del metal penetrando en su carne y seccionándole el cuello. Intentó gemir de dolor inútilmente, le había cortado las cuerdas vocales, y lo escuché caer abatido con un golpe seco de su mano derecha en el suelo en un vano intento de proteger su cara de la caída mientras con la izquierda trataba inútilmente de cerrarse el profundo corte por el que la vida se le escapaba en segundos.

Vi como al instante el resto de los miembros del grupo se miraron entre si, incrédulos, al contemplar la cruel limpieza con que uno de sus compañeros había sido abatido rápidamente por un desconocido al que a priori habían juzgado como presa fácil.

-    ¿Quizá el hombre que los envío a buscarme no les apercibió adecuadamente del historial de su objetivo? ¿O acaso pensaba que quizá yo fuese un impostor y no la persona que decía ser? 

Enjuto, de tez blanquecina, así era el segundo atacante. Probablemente de la zona montañosa al oeste del valle de Eshanir, donde las escarpadas montañas y el desierto una vez compartieron la insólita presencia de un riachuelo que bañaba de plata, al ocaso, a los pocos hombres que aventuraban sus cuerpos de seca constitución por las sinuosas gargantas de las montañas que lo unían al resto de reino. De esa zona debía ser, tenía entendido que las tribus criadas allí habían aprendido a defenderse de las periódicas razias con que los camelleros y otros viajeros agasajaban a los moradores de sus poblados en busca de alimentos y provisiones usando una técnica poco común de defensa: Un pesado guijarro de piedra negra de las montañas perforado en el centro, atravesado por una cuerda de casi dos varas de longitud, elaborada con fibras de fino cáñamo trenzado, taponada en ambos extremos con sendas piezas de colmillo de jabalí, afilado a modo de cortantes navajas.

Me miró de abajo a arriba, estudiándome. Ya no cabía sorpresa posible, había visto perfectamente como me deshacía con facilidad del primero de los atacantes. No veía en su cara ningún rictus de venganza por el la muerte de su compañero, por lo que durante un momento llegue a pensar que ellos eran simples compañeros de armas como otros de tantos con los que habrían compartido destino, pero sin más implicación que la mera camaradería profesional.

Se separó tres cortos pasos de los otros cuatro integrantes del equipo, y comenzó a desliar la cuerda que, colocada alrededor de su torso, lo rodeaba de espalda a pecho en forma de cruz. La maza central estaba decorada con pinturas geométricas de color amarillo y verde oliva.
Flexionó sus piernas y las separó arqueándolas perpendicularmente a mí, a la vez que doblaba la cuerda a la mitad de su longitud y estirándola sujetó con una mano ambos dientes de jabalí y con la otra la pesada maza. Giró rápidamente cadera y, a modo de resorte, ayudándose con el resto del cuerpo imprimió gran velocidad a la pesada pieza central, que salió disparada en mi dirección. Apenas me dio tiempo a agachar levemente la cabeza lo justo para que por unos centímetros me librase del fuerte impacto que me hubiese destrozado el cráneo, aunque no lo suficiente para evitar que durante el retroceso el afilado diente de marfil consiguiese enganchar el hombro de mi camisa rasgándome fácilmente la tela.

-    Falló. ¿Que te pasa? Es solo una cuerda y una piedra. No te dejes distraer por tan sencilla apariencia. Es un arma simple y previsible, pero un arma a fin de cuentas, destinada a segar vidas.  – Pensé. Estaba cansado, y el calor y la fatiga comenzaban a hacer mella en mi capacidad de concentración.

Lo intentó una segunda vez, el mismo movimiento circular de cadera y el rápido disparo de la maza, retenida en último extremo por el tope de diente de jabalí, pero ahora apuntando al torso. Ésta vez en cambio intenté atraparla sujetando  firmemente la cuerda con ambas manos.

-    Error, imbécil, ¿Cómo se te ha escapado?  – Llegue a decirme en voz baja. Noté como se me escurría sin más de entre las manos por culpa de una maloliente película de grasa de camello con que estaban untadas tanto cuerda como maza central.

      

No se... creo que hay tema para toda una novela, definir el argumento, la ubicación geográfico/político\temporal, la lucha de poder, el mensaje, el pacto de ciudades, la personalidad del protagonista, la de su contrario Shamir, el combate con el resto, la Dama (siemmmpre hay una dama) pero sinceramente... no me gusta vivir del rencor, con rencor, del miedo, con miedo.

Ummm... definitivamente no... No temo los ideales de los demas, pero desde luego no soporto la intolerancia. Prefiero la poesía, la belleza, la libertad, las flores... y como no: Los besos.

Un saludo, Damas y Caballeros.

P.d.: Por cierto, no le he dado nombre al protagonista. Cual me sugieren ustedes???

Yell