Barreras... Unas veces están diseñadas para protegernos, otras para apresarnos. Algunas veces nos las imponemos nosotros mismos para hacer frente a nuestros temores y otras nos las imponen para controlarnos bajo la denominación de convencionalismos sociales, pero están ahí. Tantas, que nos impiden tomar decisiones al hacer compleja la serena tarea de valorarlas para poder apreciar los matices que las delimitan, conspicuos lectores de este incalificable blog.
Siempre lo he dicho. Mientras alguien no se enfrenta a una barrera, esta no existe (puede que por desconocimiento o ignorancia, pero, para él, no existe. Es más, puede que precisamente por ello no perciba su existencia y simplemente la atraviese), hasta que lo hace. En ese momento la convierte en un problema que le atañe personalmente, pudiendo llegar a paralizarle, causándole dolor y frustración.
Si me aceptan una sugerencia, para evitar esa parálisis recomiendo un "sencillo" ejercicio:
Imaginen a una persona joven sentada, en una oscura esquina apartada de un bar, frente a una botella, pensando en arrojarse al vacío desde un precipicio por culpa de ese problema (la pérdida de su empleo, una enfermedad, un problema sentimental, etc.) que considera insuperable, voces dentro de él/ella inducen a cometer una locura, ¿no?
¿En qué consiste el ejercicio?
Bien: Consiste en intentar, por un instante, ejercer el papel de un observador imparcial que mira la escena desde fuera, observando como ese/a joven frustrado/a se encuentra ahora comiéndose la cabeza por una estúpida (para él/ella no tanto) banalidad. Ve a esa persona, sentada, con los codos sobre la mesa apretando las manos contra la sien, turbada en un mar de contradicciones. Ufff... ¿cuánto dolor, no? Enfocándolo como propongo, fríamente, mirándolo desde fuera, se llega a comprender lo irreal de su situación y/o sus alternativas. ¿Comprende cuan inútil puede llegar a ser el dolor que ese joven está padeciendo? ¿No sería incluso capaz de aconsejarle cómo enfrentarse a sus dudas, eh? (tal y como a buen seguro hace cuando aconseja a algún amigo).
El truco consiste en que esa persona realmente es usted (Hmmm, le pilléee!!!. He conseguido involucrarle en el tema, ehhh???) en uno de esos momentos en que atraviesa (atraviesas) una crisis personal. Sus dudas son tus dudas, sus banalidades son tus banalidades y su dolor es tu dolor.
¿Que se dan cuenta ahora? Es, en apariencia, un ejercicio muuuy sencillo como habrán visto, pero mucho mucho más complicado de lo que uno cree, pues al ser usted mismo voz y parte de la situación, se ve incapacitado para abordarlo con serenidad y distancia y, por consecuencia, encontrar una solución para superarla.
Distanciarse de los problemas y conseguir esa serenidad es un algo que requiere un profundo trabajo de introspección y grandes dosis de meditación, propósito al que los monjes budistas del Tíbet llevan siglos dedicándose. Mis compañeros de aficiones me preguntan por qué no les dedico más tiempo a ellos y a estas. Les respondo que el mundo es demasiado extenso y necesito dedicarle tiempo a otras cosas, entre ellas a meditar.
En Quesada (Jaén), patria del pintor expresionista/cubista Rafael Zabaleta, allí he encontrado mi particular Tíbet, durante una semana, en mitad de del campo, en una sencilla hacienda, rodeado de olivos, alejado de cualquier núcleo urbano y a las espaldas del tumulto con el que la sociedad actual nos avasalla. Allí, acompañado de un variopinto grupo de personas, nos hemos dedicado durante una semana a la ardua tarea de auto-explorarnos y entender como la vida es esa rueda que gira y gira impulsada por nuestras ansiedades y deseos.
Repaso las notas que tomé durante los ejercicios de meditación, cargadas de bellas y profundas anotaciones. Algún accidente, Yoga, el lenguaje de lo obvio, el sabor de la tranquilidad interior al escuchar el estallido del arco cargado con la imaginaria flecha que arrastra lejos de nosotros nuestras frustraciones. Música de relax, el sonido del crujido de la madera del templo, el silencio. Mirar e intentar adivinar que piensa y siente el otro, y que intenta conseguir de sí mismo. Conversaciones, filosofía, "Primavera, verano, otoño", masajes, risas...
A modo de examen final, el guía nos pidió como último esfuerzo que expresásemos en la forma que quisiésemos lo que sentíamos en ese momento y qué creíamos haber aprendido. Cada uno lo expresó a su manera, uno con dibujos, otros con una ordenada enumeración de enseñanzas, otros con un decálogo de pensamientos, algunos con un mosaico de colores y teselas, alguna pequeña escultura, en fin cada uno de la forma que mejor creía poder expresarlo, y yo que carezco de esas habilidades pero sé escribir lo expresé con un corto relato que quiero compartir con ustedes. Un relato, que al contrario que en otros que he publicado, brotó con inusitada fluidez, quizá fruto del estado que había llegado a alcanzar.
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Un día caminaba despacio mirando y observando, llevaba en la mano derecha una flor y en la izquierda sujetaba un bastón de madera. Un perro ladraba y correteaba junto a mí. Mientras iba meditando, escuchaba los sonidos de la naturaleza y el latir de mi corazón, y me preguntaba ¿Es esto todo?
Al fondo en una casa vieja de paredes blancas una ventana se abre, y en su girar refleja los rayos del sol cegándome. Tropiezo con el perro y sujetándome con el bastón recupero el equilibrio. Me paro unos instantes a recomponerme. Por unos segundos respiro profundamente y, sigo el camino. Pasados unos cientos de metros y algo hambriento me miro la mano derecha buscando la flor, ¿Dónde está?
La perdí al tropezar.
¿Qué hago?. Me gustaba. ¿Vuelvo por ella? No, camino algunos pasos más, buscando casi con ansiedad, hasta que encuentro una pequeña flor silvestre escondida bajo un árbol. Me paro, le pido amablemente permiso al árbol para robarle un trozo de la belleza que cobija, arranco la flor, la huelo un instante y sigo el camino!!!
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Demasiadas alegorías en un texto tan breve (nuevo ejercicio para ustedes, descúbranlas!!!). Días después alguien me preguntó:
- ¿Y cómo te encuentras después de esa semana de meditación Zen?
Y yo le respondí:
- Algo más viejo, pero algo más sabio.
¿Porqué les cuento todo esto? Quizá por que pienso que para todo hay un momento y sin duda... este era el momento.
Un saludo, Damas y Caballeros!!!
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