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¡Oh Occidente, orgulloso faro de la cultura, la economía, el progreso!
Crees ser espejo que guía a la humanidad hacia el futuro, hacia la salvación y hacia el bien común. Sin embargo, bajo la noble fachada de tus logros y de tu supuesto liderazgo … ¿Acaso no es “La Vergüenza” lo que se oculta en lo profundo de tus corazones? ¿Acaso no es la sombra de “la arrogancia” lo que oscurece tu espléndido horizonte, cegándote ante las evidentes grietas que perforan tu sólido edificio? ¡Qué irónica es la ceguera del que se cree dueño del mundo sin ver el precipicio bajo sus pies!
Tu historia… Occidente, ha sido la de la conquista, la expansión y la del dominio. Te has erigido como el centro del universo, convencido de que el ritmo de tu pulso es el que marca el compás del resto del planeta. Te has autoerigido como el medidor de progreso, como el juez del orden mundial, mientras, en tu exterior, el sufrimiento de aquellos que nunca fueron invitados a tu mesa se oculta tras las cortinas del silencio.
- ¿Quién te voto? ¿Te dimos permiso para lo que estás haciendo?
Tú, que te jactas de tus valores democráticos, de tu justicia y de tu bienestar material, ¿por qué te empeñas en no ver el sufrimiento al que condenas a los demás con tus políticas, y ahora ahogas a tus súbditos con tu intervencionismo impositivo y tu constante empeño en dominar el destino de tus propios pueblos?
Y no es menos cierto que, a lo largo de los siglos, los ecos de tu poder han resonado en todos los rincones del planeta, alcanzando incluso los confines más remotos de Asia, África y América Latina. Pero en lugar de construir puentes, en lugar de ofrecer caminos hacia el entendimiento mutuo, has levantado muros invisibles, creándote una ilusión de bienestar mientras dejas atrás la desdicha de aquellos que consideras simples peones en tu gran ajedrez mundial. Tus intervenciones, tus manipulaciones económicas, tus jugadas geopolíticas, ¿qué son sino un intento de dominar, de imponer esos mismos valores a quien no los acepta ni tiene intención de ellos? … ¡Tus intereses, tu forma de ser! ¡Como si el mundo fuera una extensión de tus propios deseos!
Así, mientras te presentas como el adalid de la libertad, de la democracia y de los derechos humanos, no puedes evitar reconocer que tus manos, manchadas de intereses mezquinos, siguen arañando la tierra ajena. En tu ombliguismo, en tu creencia infundada de ser el único referente del bien, pasas por alto la creciente ola de injusticia que tú mismo has sembrado. ¿Cómo, entonces, puedes mirar al mundo sin sentir el peso de la vergüenza? Sin reconocer que tu poder económico y cultural, antes basado en la innovación industrial y cultural, ha sido ahora cimentado sobre la explotación, sobre la manipulación, sobre la imposición de tus normas a los más débiles.
No obstante, lo que realmente muestra tu decadencia es tu incapacidad para enfrentar la crisis que, en tu propia puerta, ha comenzado a estallar, … la avalancha de inmigrantes que huyen de los horrores que tú, indirectamente, has dejado atrás. Aquellos que llegan "buscando refugio", "asilo", "una oportunidad", "una nueva vida", se encuentran con las puertas abiertas, sin control, pero también con el desprecio a los “necesitados”.
Está generando miedo su avalancha incontrolada. Eres incapaz de gestionarlos, incapaz de integrarlos, incapaz de ver los problemas que están generando. No está fluyendo y, bajo el escudo de ser “seres humanos”, están imponiendo sus costumbres a aquellos que los acogen ¡Miedo y pasividad a la vez! Al mismo tiempo, te quejas de que el problema está más allá de tus fronteras, en una constante lucha entre ideologías y poderes que tú mismo has alimentado.
Además, … es imposible ignorar la clara influencia de la izquierda rusófila, que de manera astuta juega su propio juego en la sombra, supuesta aliada pero cargada de intereses que buscan minar la estabilidad de tu orgullosa dominación. En ese escenario de conflictos y tensiones, donde los intereses de las grandes potencias se entrelazan, no puedes dejar de preguntarte si las líneas entre la manipulación, la intervención, la política de poder y la justicia se han difuminado por completo. Los países asiáticos, por su parte, continúan su avance calculado, explotando tus debilidades, sabedores de que no es solo tu economía lo que está en juego, sino también tu moral, tu ética, tu capacidad para seguir creyendo en la mentira que has vendido durante tanto tiempo: que, de alguna manera, tú eres el ejemplo a seguir.
China, con su imparable ascenso, ha lanzado “La Nueva Ruta de la Seda”, un proyecto que reconfigura las rutas del comercio global y, con ello, el equilibrio de poder. Como un río que recorre nuevas tierras, su influencia se extiende por Asia, África y Europa, tejiendo una red que desborda tu antaño control sobre las principales arterias del comercio. La Nueva Ruta de la Seda no solo es una estrategia económica, es una declaración de que el mundo ya no gira únicamente alrededor de tus intereses. China ha demostrado, con sutileza y paciencia, que el futuro no depende de tu viejo modelo, sino de una nueva visión de poder, de expansión, de influencia.
El ascenso de China y Rusia no es solo una cuestión de poder económico, ni siquiera de influencia política. Es el símbolo de un cambio de era. Tus viejas certezas se desvanecen como niebla al amanecer, ya no eres el único faro, el único referente del bien y del progreso. El mundo se reconfigura, y mientras tú sigues aferrándote a tus viejas narrativas de supremacía, estas potencias emergentes avanzan con la firmeza de aquellos que han comprendido que el poder ya no se mide solo en términos materiales, sino en la capacidad de adaptarse a una realidad que se escapa de tu control.
Al final, Occidente, lo que se revela con cada nuevo obstáculo, con cada nuevo conflicto, es tu impotencia para encarar la verdad: tu posición en el mundo ya no es la misma, ya no eres el único, ni el mejor. Te han sobrepasado en muchos aspectos, sobre todo en los económicos. Tu vergüenza, lo repito, radica en no reconocerlo, en seguir aferrándote a un modelo que ya no resiste las presiones de la realidad global. Y mientras tanto, el mundo sigue girando, y tú sigues, empecinado, creyendo que todo sigue girando a tu alrededor.
Pero la verdad es que el tiempo de tu supremacía ha llegado a su fin. Tu vergüenza es la de no saber ver más allá de su propio ombligo.
Fin.
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